Acabamos de concluir una de las elecciones presidenciales más trascendentales de la historia reciente, y ahora debemos enfrentar la realidad de uno de los temas más preocupantes de esa elección que muy bien podría convertirse en política: la deportación masiva.
Algunos lo descartan como meras palabras, insistiendo en que es una amenaza vacía o que son “sólo palabras”. Esto no es sólo retórica; es una idea peligrosa que tiene el potencial de destrozar familias, perturbar comunidades e infligir traumas duraderos.
Hoy, mientras nos preparamos para que asuma el poder un presidente que promete llevar a cabo la mayor deportación masiva en la historia de Estados Unidos, debemos unirnos para rechazar esta premisa, reconocer el impacto de estas palabras y prometer tomar medidas contra ellas.
La historia nos muestra lo que puede suceder cuando el deseo de control político se topa con la vulnerabilidad de las comunidades de inmigrantes.
Durante la Gran Depresión, el presidente Herbert Hoover firmó una orden ejecutiva en respuesta a las dificultades económicas, dirigida a los inmigrantes mexicanos con el pretexto de preservar “empleos estadounidenses para verdaderos estadounidenses”.
¿El resultado? Más de 2 millones de mexicanos y mexicoamericanos, el 60% de los cuales eran ciudadanos estadounidenses, fueron expulsados por la fuerza del país. Las familias quedaron divididas, a menudo sin ningún proceso para verificar el estatus de ciudadanía o honrar la dignidad de las personas que habían llamado hogar a este país durante generaciones.
El impacto de esta política no terminó con las deportaciones. Resuena hasta el día de hoy, más de 95 años después, arrojando una sombra sobre las vidas de las familias afectadas.
He pasado tiempo con descendientes de estas familias deportadas, personas que cargan con el dolor y el trauma generacional de las deportaciones forzadas de sus seres queridos. La vergüenza y el miedo derivados de esa política persisten, incluso generaciones después.
Cuando me enteré de esta historia, me sorprendió mi propia ignorancia sobre ella. Hablé con colegas, incluida la líder de la mayoría del Senado estatal, Lena González. Juntos, nos comprometimos a garantizar que esta historia olvidada ya no permanezca oculta.
Redactamos el Proyecto de Ley Senatorial 537 para reconocer y recordar los horrores de la Repatriación Mexicana. Este proyecto de ley es más que una conmemoración; es una declaración clara de que no permitiremos que semejante injusticia se repita.
Durante siglos, los inmigrantes han sido una parte esencial de la historia estadounidense. Irlandeses, judíos, mexicanos, asiáticos, indios y más: casi todos compartimos raíces con ancestros inmigrantes que desafiaron las dificultades y la incertidumbre para construir vidas aquí.
Los inmigrantes ayudaron a construir este país, pero, en tiempos de miedo y dificultades económicas, con demasiada frecuencia se han convertido en chivos expiatorios. Debemos reconocer la ironía –y la injusticia– de atacar a las mismas personas que han ayudado a dar forma a la identidad de Estados Unidos.
Las palabras importan. La “deportación masiva” provoca temor y horror en muchas comunidades de inmigrantes, especialmente aquellas con recuerdos personales o familiares de expulsión forzada y violencia. Estas palabras, si no se cuestionan, pueden convertirse en acciones que conduzcan a familias desgarradas y comunidades rotas.
Nuestra historia compartida nos advierte que lo que comienza como retórica política puede conducir a acciones catastróficas. Como nos recuerda el filósofo George Santayana, quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Estamos peligrosamente cerca de repetir esta oscura historia.
No podemos permitir que los inmigrantes de hoy sufran el mismo trauma que aquellos que vinieron antes. Debemos unirnos y decir: esto no debe suceder bajo nuestra supervisión. Rechazar la deportación masiva tanto de palabra como de hecho.
Comprometerse con un futuro en el que ninguna comunidad sea el objetivo y donde el trauma del pasado no defina el presente. Es un compromiso con nuestra humanidad compartida y una promesa de proteger a las generaciones futuras de los vergonzosos errores del pasado.
Josh Becker, demócrata por Menlo Park, es senador del estado de California.
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