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Opinión: Europa y la OTAN no pueden ayudar a Estados Unidos a contrarrestar a China. He aquí el porqué

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Opinión: Europa y la OTAN no pueden ayudar a Estados Unidos a contrarrestar a China. He aquí el porqué
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En una reciente conferencia de prensa, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony J. Blinken, estuvo hombro con hombro con el secretario general de la OTAN para presentar una visión de conjunto.

“La alianza reconoce que los desafíos de seguridad en una parte del mundo impactan en otra, y viceversa”, dijo Blinken.

Parafraseó al Primer Ministro japonés Fumio Kishida: “Lo que está sucediendo en Ucrania hoy puede muy bien estar sucediendo en el este de Asia mañana”. El subtexto era inequívoco: Estados Unidos espera que Europa se una a su campaña para contrarrestar el ascenso de China, tal como los aliados se han unido contra la invasión rusa a Ucrania.

Sin embargo, por conmovedoras que suenen las expresiones de solidaridad transatlántica, ocultan un panorama más complicado: Europa carece actualmente de los medios militares y del apetito político necesarios para ayudar significativamente a Estados Unidos a equilibrar a China en Asia.

Los principales ejércitos europeos han comenzado a realizar patrullas navales en la región del Indopacífico, pero décadas de subinversión han dejado a las fuerzas armadas europeas demasiado pequeñas y mal equipadas para sostener misiones expedicionarias de larga distancia.

Enviar una o dos fragatas a patrullar es una cosa; mantener una presencia considerable para disuadir la agresión china es otra muy distinta. El transporte estratégico, la logística y las bases necesarias para mantener las fuerzas en el Pacífico costarían sumas asombrosas. Gran parte de la Europa de la OTAN tendría dificultades para defenderse de un decidido ataque ruso, y mucho menos para proyectar su poder en Asia.

La voluntad política es aún más escasa. En las encuestas que el Institute for Global Affairs realizó recientemente en Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania y Francia (cuatro de los países más ricos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte), los europeos se mostraron mucho menos inclinados que los estadounidenses a considerar a China una amenaza, a tener opiniones fuertemente negativas sobre ella o a creer que Occidente debería prepararse para una nueva Guerra Fría. Estos sentimientos limitan hasta qué punto los líderes pueden inclinarse hacia Washington en relación con China, a pesar de su retórica exaltada en las cumbres. Cuando terminan de defender la democracia en las cumbres internacionales, estos líderes políticos regresan a sus democracias, donde sus políticas serán informadas (y limitadas) por las preferencias de sus votantes.

Si Washington presiona a las capitales europeas para que se sumen a su campaña para limitar el poder y la influencia de China, podría volver a distanciar a Estados Unidos de sus aliados más importantes. Enfrentarse a China como un alegre grupo de países democráticos puede resultar emocionalmente satisfactorio, pero a largo plazo es una imprudencia. Los europeos ya están desilusionados por su participación en las interminables guerras posteriores al 11 de septiembre y desconfían de la tendencia de Estados Unidos a las intervenciones militares. El presidente Joe Biden debería tener cuidado de no arrastrarlos a una contienda global más amplia a la que no quieren ni pueden contribuir.

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